Un verano inolvidable by Enid Blyton

Un verano inolvidable by Enid Blyton

autor:Enid Blyton [Enid Blyton]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788427214606
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2018-04-13T00:00:00+00:00


Bill y David estaban pasando una temporada en casa de su abuela, cerca de la playa.

Estaban muy emocionados porque el abuelo les había hablado de las viejas cuevas de los contrabandistas, junto al acantilado.

—¡Vaya, abuelo! ¿Crees que podríamos explorarlas? ¿Encontraremos algo en ellas? Ya sabes, algo que dejaran los viejos contrabandistas —preguntó Bill.

El abuelo se echó a reír.

—¡No! No encontraréis más que arena, conchas y algas —contestó—. A lo largo de los años muchísima gente ha entrado y salido de esas cuevas. Si hubiera algo que encontrar, ya habrían dado con ello a estas alturas.

—Aun así, sería divertido explorarlas —insistió David—. Podríamos fingir que somos contrabandistas. ¡Venga, Bill, iremos esta misma mañana!

Y para allá se fueron, corriendo a toda prisa por el camino en dirección a la gran playa, y después la rodearon hasta donde sobresalían los grandes acantilados, escarpados y rocosos. Allí era donde se hallaban las cuevas.

—¡Anda, mira! Hay un montón de Boy Scouts en la playa —señaló Bill—. Cómo me gustaría ser lo bastante mayor para unirme a ellos. Se divierten muchísimo. Apuesto a que han venido a acampar en la zona durante una o dos semanas para pasarse el día bañándose, haciendo pícnics y también excursiones. ¿Crees que nos permitirían pasar algún rato con ellos?

Pero cuando los dos niños pequeños se acercaron a la compañía de Boy Scouts no fueron precisamente bien recibidos.

—Largo de aquí, mocosos —dijo uno de los mayores—. Esta es nuestra parte de la playa, ¿lo veis? No vengáis aquí a molestar.

Los niños se marcharon decepcionados.

—Al menos podrían habernos dejado mirar cómo jugaban —dijo Bill—. No habríamos molestado. Incluso podríamos haber ido corriendo a recogerles la pelota cuando se fuera demasiado lejos.

—Bah, da igual. Vayamos a buscar las cuevas —propuso David—. Prefiero explorarlas que quedarme mirando a unos chicos que piensan que somos demasiado pequeños para ser algo más que una molestia.

—Aquí hay una cueva —señaló Bill, y subió hasta donde un agujero oscuro bostezaba a los pies del acantilado—. Es grande. ¡Entremos!

Y se internaron en ella. El suelo era de arena suave y las algas se marchitaban en las paredes. El mar entraba y salía con la marea alta y llenaba las pequeñas pozas de los laterales de la cueva.

—Es una cueva bonita, pero no muy emocionante —comentó Bill—. No me siento como si los contrabandistas hubieran entrado aquí alguna vez, ¿y tú, David? De todas formas, no lleva a ningún sitio. Es decir, no hay cuevas interiores ni túneles que se internen en el acantilado.

—Vayamos a buscar otra cueva —sugirió David.

Y se fueron a la siguiente. Pero era muy pequeña, y los niños apenas podían estar de pie en su interior. Volvieron a salir a la luz del sol.

Entonces se fijaron en un tramo de rocas escabrosas que llevaban hasta otra cueva situada a mayor altura en el acantilado, una cueva que parecía emocionante de verdad. Tenía una entrada bastante pequeña. Los niños treparon por los peñascos hasta llegar a ella y echaron un vistazo dentro.

—Es bonita y oscura —comentó Bill—. ¿Llevas tu linterna, David? Aquí vamos a necesitarla.



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